
Estaban sentados uno junto al otro, había mucha gente y todos estaban ahí por lo mismo. El nerviosismo se podía sentir en cada centímetro de la sala; algunos por primera vez, otros con mayor experiencia, todos pensaban en los motivos que los habían llevado ahí. Él pensaba en su acción temeraria de involucrarse con esa chica en aquella fiesta y no detenerse a pensar por un momento en protegerse del VIH; ella, en las cosas que la habían hecho desconfiar de su anterior pareja.
En un segundo sus miradas se encontraron, sonrieron.
En un segundo sus miradas se encontraron, sonrieron.
–Estoy nerviosa- dijo, como adivinando la atención del joven.
–Tranquila-, dijo él para calmar también su intranquilidad.
Entró él a tomarse la prueba, ella siguió sentada afuera, atacando sus uñas frenéticamente. Al rato salió y llegó el turno de ella.
Mientras caminaba hacia la sala, le preguntó con temor –¿Es muy terrible?-, él, contestó–Te tratarán bien, no tengas miedo.
-La esperó hasta que salió y se fueron juntos del Servicio de Salud, con una sonrisa aún temblorosa en los labios.
Quince días después, volvieron juntos a buscar sus resultados, y aunque sentían los mismos nervios que al tomarse el test de ELISA, ahora se tenían el uno al otro para apoyarse en lo que fuera a ocurrir. Sin saberlo, sus vidas ya estaban entrelazadas. Los resultados los aliviaron, no tenían el virus, pero ahora sabían que debían cuidarse siempre.
Por: Javiera Martínez
Estudiante de Castellano y Comunicación
Estudiante de Castellano y Comunicación
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